Hace unas semanas atrás, cumplí 1 año trabajando en un startup. Es irónico pensar que hace 12 meses, no tenía idea de lo que era un startup, no sabía lo que en realidad significaba emprender y, lo más importante, no sabía el significado de la palabra “cultura” dentro del ambiente laboral.
En mi primer día de trabajo, me recibieron en un espacio de co-working en donde, para sorpresa mía, la primera introducción fue con un amigo de la universidad, alguien con quien hace unas semanas atrás habíamos compartido un par de cervezas un fin de semana. Cuando entré a las instalaciones de la oficina, me pareció curioso que únicamente había 5 personas y yo (un pasante). Me asignaron mi primer puesto de trabajo, un escritorio que lo compartí con la persona más elocuente de la empresa y en sus primeras palabras me dijo: “aquí vas a aprender mucho, tal vez no de mí, sino de ellos” y señaló a sus espaldas, donde solo se encontraba una compañera, que ahora es mi gran amiga, y una silla vacía. Al día siguiente conocí a la persona que ocupaba esa silla, ahora ya no éramos 6, sino 7.
El perfil para el que fui contratado era netamente técnico, es decir, yo pasaba la mayoría del tiempo con audífonos frente a la computadora, empezando a escribir mis primeras líneas de código. Curiosamente, a mi lado, en el mismo escritorio, se realizaba toda la gestión de ventas de la empresa. ¿Alguna vez han escuchado a alguien de ventas “vendiendo”? Yo nunca. Pero esta vez lo escuchaba, bastante fuerte y bastante claro, en ocasiones lo escuchaba desde la puerta del ascensor. Involuntariamente, compartíamos y confundíamos agendas, esferos e incluso en una ocasión, la taza de café, algo que ahora sería un escándalo con el surgimiento del virus. Sé que nunca lo podré hacer mejor, pero al escuchar repetidas veces el discurso creo que no me iría mal tratando de vender el producto (así que sí, la misma persona que me dijo que tal vez no aprenda mucho de él, indirectamente, fue la primera persona de la cual aprendí algo). Y comencé a aprender. Con cada nuevo intento de venta, aprendía siempre algo más. Y la idea detrás de la empresa empezó a tener sentido en mi cabeza y como no, mi impresión crecía en la misma proporción. Tres semanas después, dos personas más se integraron al equipo, una llegó a ocupar el único puesto libre que quedaba en la oficina y el otro, lo hizo de manera remota. Paralelamente, empecé a entender por qué me habían dicho: “aquí vas a aprender mucho, tal vez no de mí, sino de ellos”. Aprendí a hacer tareas que siempre me pregunté “¿cómo diablos hacen esto?”, a veces las hacía mal pero siempre había alguien para corregirme, pero más importante aún, para explicarme cómo y por qué se hacía de esa forma.
Dos meses más tarde, conocí a la persona que me había contratado después de que estuvo trabajando remotamente por un largo período de tiempo (algo que no mencioné, fue que mi entrevista de trabajo fue por videollamada, algo poco común antes de la pandemia). Y seguí aprendiendo cosas nuevas con él también, uno de los fundadores de la empresa. Me ofrecieron la oportunidad de quedarme trabajando tiempo completo, y por supuesto que acepté. Un mes después de esto, acercándose la época navideña, conocí al otro fundador, también estuvo trabajando remotamente fuera del país. Después de saludar con todos en la oficina dijo: “necesitamos una oficina más grande”. Ya no éramos 7, ahora éramos 10 tratando de acomodarnos en una oficina adecuada para 6. Mi compañero de escritorio optó por irse a trabajar en un puff que, cabe recalcar, estaba justo al otro lado de mí. Después de una extensa búsqueda de posibles oficinas, nos presentaron tres opciones y teníamos que escoger la que más nos convenía por ambiente, espacio y ubicación. Finalmente, nos mudamos al edificio que se encontraba a una cuadra de donde estábamos actualmente. Entre todo el desorden que implica una mudanza, estuvimos una semana sin oficina, realizando nuestras tareas en la modalidad laboral más famosa de ahora: el trabajo remoto. Nos mudamos de oficina. El primer día, por supuesto había muchas cosas por ordenar, limpiar y organizar. En los escritorios todavía quedaban papeles pertenecientes a los antiguos usuarios. La oficina era cuatro veces más grande que la anterior, ahora algunos teníamos nuestro propio escritorio con cajones, silla ergonómica, espacio para estirar las piernas y hasta teníamos una terraza en el piso 19 donde subíamos a almorzar con una vista impresionante de toda la ciudad. Estábamos divididos por departamentos, en un solo escritorio grande estaban las 3 personas de ventas, y todo el espacio sobrante lo ocupábamos nosotros, el departamento técnico.
Podrán imaginarse mi emoción: nuevo año, nuevo trabajo, nuevos compañeros, nuevo edificio y nueva oficina con una vista espectacular. De a poco, fueron llegando nuevos “nice-to-have” a decorar el ambiente: un logo de la empresa grande en la pared (que impactaba cuando entrabas), microondas (más un “must-have”), muebles, televisión y un PS4. Simultáneamente a esto, los dos miembros del equipo que trabajaban remotamente viajaron para estar presentes en la primera reunión del año, el famoso kickoff. Finalmente, tuve la oportunidad de conocer a todo el equipo por primera vez. Adicionalmente, se incorporó una persona más a la empresa, con él tuvimos un taller que a más de uno nos inspiró.
Transcurrieron dos meses y la oficina cada vez estaba más consolidada, tanto en infraestructura como en capital humano. Conocí 3 pasantes que tuvieron su paso por la empresa, escuché entrevistas (siempre por videollamada) de personas que ahora forman parte del equipo, celebramos varios cumpleaños, entre otras cosas. Cada vez me iba adaptando más a trabajar allí, tenía rutinas definidas que realizaba antes y después de mi jornada laboral. Y por supuesto, conocía cada vez más a mis compañeros.
Llegó el mes de marzo de 2020 (uno de los meses que todos recordaremos por mucho tiempo). Tres días antes de que dicten cuarentena obligatoria en el país, nosotros ya habíamos optado por trabajar remotamente. Habíamos llevado lo necesario para seguir trabajando desde casa, pensando que en algún punto volveríamos. Pero, como todos ya lo experimentamos, la situación mundial se fue agravando. Inmediatamente, tuvimos una reunión para que nos aclaren cómo íbamos a enfrentar este golpe. Nos explicaron toda la estrategia: proyectos que quedaban aplazados, clientes prioritarios, etc. Pero, sobretodo y haciendo mucho énfasis en este punto, nos dijeron que éramos lo suficientemente fuertes para afrontar y salir adelante en medio de toda la adversidad actual (palabras alentadoras después de escuchar a diario en las noticias cómo la situación iba empeorando a nivel mundial).
Trabajando desde casa, los meses fueron pasando, el panorama de la nueva realidad se aclaró y, otra vez, teníamos un camino trazado que debíamos seguir. Durante este tiempo, si bien nos costó acostumbrarnos al trabajo remoto (y a los estragos de estar en cuarentena), la empresa siguió firme, resiliente, dando pasos pequeños, pero siempre hacia adelante. Entre todos, empujamos siempre para que siga avanzando. Había algo que nos motivaba a seguir dando lo mejor de nosotros y nunca bajar los brazos, aún cuando el camino que debíamos seguir se había nublado parcialmente, nunca en su totalidad. Y ahora viendo en retrospectiva, me doy cuenta de que ese “algo” se llama cultura.
Ocho meses después, somos 19 personas en la empresa divididos en 5 países diferentes. En todo este tiempo, los integrantes aumentaron casi en el doble. A muchos de ellos no los conozco en persona, pero he compartido varias horas de trabajo remoto. Ya no tenemos un espacio físico al que podemos llamar oficina, y muy probablemente sigamos en esta modalidad por varios meses más.
Es aquí cuando hago mi reflexión. Dado el duro golpe que nos tocó vivir con la pandemia, y digo duro considerando más un factor psicológico que laboral, me di cuenta de que el trabajo va mucho más allá de qué tan pequeña, grande o lujosa puede ser la oficina en la que estás trabajando, que no importa si está ubicada en uno de los edificios más grandes de la ciudad, o que es irrelevante el tamaño del logo que pueda estar colocado en la pared más blanca de la oficina. Me di cuenta de que el trabajo va mucho mas allá del trabajo, o de lo que conocemos vagamente como un “buen trabajo”. Lo que importa es la cultura. Creo que, si analizamos a cada uno de los integrantes de la empresa, vamos a encontrar algo en común que nos caracteriza a todos. Quizá no sea algo que se vea a simple vista, pero es algo que se siente cuando entablas una conversación con algún miembro del equipo. Y repito, ese “algo” se llama cultura. Y no es una cultura que ha sido impuesta propiamente por los fundadores o por las personas que estuvieron desde el inicio, es una cultura que la hemos ido forjando entre todos. No importa si te incorporaste a la empresa hace un par de semanas o eres uno de los más antiguos, si te diste cuenta de ese “algo”, sabes que estás en el lugar correcto.
Ahora siguen llegando retos más grandes, con un startup que está dando el salto a convertirse en una empresa bien consolidada. Sin embargo, la cultura sigue siendo la misma, dándonos las ganas de perseguir ese sueño que aún no lo podemos percibir, pero sabemos que, tarde o temprano, lo vamos a alcanzar.
Para terminar, mi respuesta a la pregunta de ¿por qué la cultura importa?, la daré en el idioma del famoso podcast Why culture matters? de Reed Hastings, CEO de Netflix.
“Culture is capable of transforming a regular full-time job into a dream, and you can’t put a price on a dream.”